viernes, 27 de abril de 2012

Y mientras tanto


Qué hago en el mientras tanto? Qué digo en el mientras pasa? Quien se acuerda de mi llanto mientras lloro?

Nadie, estoy sola en el camino.

Los ojos se cansan, arden, duelen y mientras tanto....
En el camino, gente que va y que viene. Nadie te pregunta cómo estás?
Y, ¿qué hago en el mientras tanto? Miro una revista superficial.
sólo, solito, todo va decantando. En el cambio, caen las piedras en el camino hacia el vacío y queda solamente aquellas que forman el piso, lo firme, lo que debe estar.

Qué hago en el mientras tanto? Que digo en el mienstras pasa? Quien se acuerda de mi cuerpo caído mientras llor?
Nadie, estoy sola en el camino.
Las manos se cierran, el puño se arma, se tensa la espalda y estallán las venas.
En el camino, los que no quieren darse a ver, se muestran, reflejan en el espejo y salen.
Todo cae, todo cambia, nada es igual ni para siempre ni nada nos asegura nada. El cariño dado vendrá de otro lado, los odios vendrán de otro lado, la espera será de otra persona, la desilución distinta disfrazada de otra cosa. La vida es creativa, no te deja aburrirte ni darte nada tan parecido que puedas prevenir algo.

Y en el mientras tanto. Nada. El silencio pacientemente dado.

domingo, 22 de abril de 2012

El ejercicio constante



Escribir sobre uno, siempre es dos veces difícil. No por eso pienso dejar de hacer la prueba. En realidad, si me pongo a pensar, hace ya 10 años que escribo sobre mí. Ya sea diariamente o no, el intento está. Aunque la realidad es que con el paso del tiempo aquello que empezó como una simple puesta en letras sobre lo que era, mi cursada en los pasillos de Cs de la Comunicación, el gusto por la lectura en general, la atracción por las revistas y los libros, los amigos, fueron tornando aquello que era un simple hobby, donde no importaban los errores de sintaxis, la coherencia, la cohesión y muchos otros tantos etceterás, se fue conviertiendo poco a poco en algo más que una simple descarga.
Poco a poco, sin darme cuenta, taller de escritura va, trabajo de investigación viene, la búsqueda de lo profesional, el estilo y la perfección fueron comiendo el gusto por la escritura y su efecto sublimador. Y sin ni siquiera enterarme, me encontré de pronto dos años después sin una mísera hoja escrita de principio a fin y  menos que menos más de una hoja. Después de darse cuenta de eso, el miedo a la hoja en blanco va creciendo a punto tal de creer que ese gusto que uno creía tener por la escritura era parte del pasado, una confusión del momento. Que era, en realidad, sólo el gusto por la lectura. A pesar de la insistencia de unos pocos para que siga intentando, encontraba siempre algún tipo de consuelo tonto como decir: “no tengo nada interesante para comentar, entonces ¿para qué escribir?”. Y así habrán pasado dos años más.
Hoy, domingo, me cansé. Me cansé de mí y de mis vueltas. Me harté de pensar que esto que yo escriba depende otro: de que otro lo lea, de que a otro le guste, de que otro lo comente, de que a otro le llegue y le sirva de algo. Siempre el otro antes de mí. Siempre antes, sin ni siquiera hacer el intento, sin ni siquiera probar-me.  Pero después  me dí cuenta que antes que eso hay una cosa más: que toda mi vida ronda alrededor de un otro, y lo más triste es que ese otro existe sólo desde y hasta mí. Es decir, aquél otro del que espero tanto solamente tiene ese lugar porque soy yo quien se lo da y que muy probablemente esté poniendo a unos en un lugar que no les corresponde porque simplemente no lo pueden dar, porque no aparecieron en mi vida para estar ahí sino allí; y a la vez es posible que los otros que realmente me aprecien desde este lugar que anhelo sean algunos que ni siquiera conozco, que ni remotamente imaginé recibir eso de ellos, que son otros distintos a los otros que conozco hace tanto y hoy desconozco tanto.
La realidad es que hace aproximadamente un año que vienen sucediendo una cantidad de hechos que cambiaron mi vida para siempre. Y lo cierto es que sobre esa nueva realidad estoy reconstruyendo mi verdad. Es ahí, cuando las fichas ni siquiera se mueven sino que directamente desaparecen y aparecen otras que nunca jamás te imaginaste porque van en contra de la lógica del juego, cuando todo lo que era deja de ser.  Lo que había se queda levitando en unas nubes que muchas veces chocan, arman un temporal tremendo y dejan nada más que destrozos valuados en varios días de dolor corporal y cansancio mental.  Así estoy últimamente. En un lugar en el que me cuesta reconocerme y reconocer lo que hay a mí alrededor porque todo lo que era deja de ser. Todo se pone en duda, la vida cotidiana, los proyectos a futuro, las prioridades, las amistades, la profesión, las creencias, los medios, los valores, todo. En situaciones particulares como la mía, con una familia partida, un padre que todavía no sabe ejercer su rol, una madre que no conoció más que la vida por sus hijos, una cantidad de años de miseria económica habiendo conocido el vivir bajo el target de ‘clase media’ (o clase de mierda) y una sucesión de pérdidas de gente querida en menos de un año como fueron: la abuela, Raúl, y mi hermana te das cuenta que nada es de una sola manera. Que la vida que te creiste o que te hicieron creer puede desaparecer con un solo llamado, en una milésima de segundo. Somos seres pasajeros y nos creemos imprescindibles. Ese es el error primero que nos hace caer en tantos otros. Es un trabajo difícil, complejo, diario, minucioso el recordar este detalle y actuar en consecuencia. Aunque algunos, la gran mayoría, pasa por este mundo sin ni siquiera enterarse de este detalle y así, olvidan amar, olvidan pedir perdón y perdonar, olvidan el dolor ajeno, olvidan la lucha del otro, olvidan luchar por y con el otro, olvidan que las diferencias siempre es un aprendizaje y sólo recuerdan salidas, fiestas, viajes, éxitos, fracasos, engaños, títulos, ganancias y pérdidas como casilleros que se fueron llenando y vaciando sin importar nada más que eso: la cantidad de casilleros, olvidando el amor dentro de ellos.
Para recordar eso es que pienso en la escritura como un medio más en esta búsqueda, pero además, busco a aquellos otros desconocidos que me van a sorprender y me van a rellenar esta vida que tan llena de ausencias parece estar hoy.
Solamente algunos lugares llenos quedan, ellos son: mi familia (en todos sus niveles, ya sean físicos o espirituales) y mi el amor de mi vida. Todo lo demás,  son unos Otros con sus lugares a redefinir.

Dos ojos


eran dos ojos que,
en órbita perfecta,
supieron cambiar el eje
de un sabor helado que vino enredado
en ese par de ojos que,
aunque celestes, nada costaban
ni mi pena ni mi fumar.

dos ojos que, eran sí
un marrón marfil
y provocaban cualquier sinónimo de miel
(tampoco sé decir cuánto)
y una comezón en la piel.
y al fin sucedió:
el principio del chateo
como casi todo lo moderno
y entre tipeo y tipeo
lo conocí bien;
aunque ya sin ver
sus dos ojos que,
en orbita perfecta,
supieron volverme hereje.

23/07/08

En el aula



Estaba sentada en el aula, al fondo. No siempre pasaba, pero hoy cada cosa que decía la profesora yo no la registraba: palabras casi necias, oídos casi sordos si no fuera por esa voz tan particular que era como si te acunara cada mañana.
Ese día, había mucha luz en el salón, Silvina estaba a un lado mío y Guille en el otro. Yo, con los pies apoyados en otra silla, tirada y con mi guardapolvo puesto jugaba con una lapicera Bic, esas azules, las más viejas. De pronto a uno de los chicos que estaba más adelante se le rompió el collar que le había prestado su mamá para el acto de 25 de mayo. Todas desparramadas las bolitas del collar; la maestra me miró y se ve que se dio cuenta que no había escuchado nada del sistema digestivo – nada más aburrido que biología – y me pidió que fuera a buscar algo para levantar las bolitas. Quiso ir mi compañero, pero como todos sabemos que es un vago prefirió mandarme a mí, y yo ni problema me hice con tal de salir del aula.
Mi salón daba a un patio central, el cual tenía que cruzar obligatoriamente para ir hasta la cocina donde siempre había algún maestro tomando un tecito o matecito – nunca entendí porqué ellos sí lo podían hacer y nosotros no: si ellos no dejan de saber enseñar porqué nosotros dejaríamos de poder aprender por tomar matecito o tecito – aunque esta vez no había nadie. Igual entré, sin tener que pedir permiso pero con un miedo por si justo aparecía alguien y al verme buscar algo y se creía que estaba haciendo algo malo. Agarré la escoba,  la pala y salí lo más rápido posible. Cuando me alejé lo suficiente de la puerta de la cocina me concentré en las baldosas: dos bordó, una beige, dos bordó, otra negra, bordo, beige, bordo, negro. Justo cuando me tocaba contar las del patio abierto sentí el mismo olor/aroma de mi casa cuando mi mamá baldea el patio con ese líquido color verde que me hace acordar a un bosque que nunca fue pero es parecido al de Blanca Nieves y en realidad es un Amazonas. Miré para la calle a través de ese pedazo de puerta llena de vidrios – que por supuesto nunca los tenía todos sanos – y la calle estaba distinta.
Dejé todo ahí nomás, no me acuerdo ni donde. Salí, no pestañeé hasta poder tener alguna hipótesis que me explicara tanto pasto verde en vez de asfalto  y tanto árbol en lugar de la Iglesia Evangélica que tanto me intrigaba. Ahora ni me importaba si se podía o no tomar té o mate, si la baldosas eran negras, beiges o amarillas, pero ese color era el mismo que veía cuando olía a mamá limpiar el patio (lleno de baldosas cagadas por el perro). Bajé las escaleras y llegué a la calle, ahora verde, y pestaneé. Sí, era esa misma imagen de siempre. Alguien me llama, no dicen mi nombre pero sé que soy yo. Salgo corriendo evitando árboles gigantes hasta encontrarme con una tigreza. Lloraba, respiraba y aullaba hasta molestarme más que el heavy metal. Trataba de decirme algo, iba y venía de punta a punta, movía la cola. Cuando empieza a caminar y a los pocos pasos empiezo a oir algo así como los pulmones de mi hermano cuando tiene ataque de asma. Y en el piso estaba él, el tigre. Era el tigre de siempre y estaba tirado, casi sin poder respirar. Lloraba como un nene, la tigreza caminaba cada vez más rápido. Yo lo tomé en mis brazos como pude y veía como se doblaba de dolor, el pecho se le hundía y las lágrimas le caía igual que a un bebé. Me dijo algo con sus ojos, pero no pude salvarlo. No pude salvar al tigre de mis sueños.